La revolución de Mayo en 1810, que llevará a la independencia en 1816, se puede comparar con aquel ladrón que pone todo su intelecto en herramientas, técnicas y esfuerzos para “robar un banco”, pero que jamás piensa en el escape, el cual lo agarra de sorpresa.
Por estas palabras, tengo que aclarar rotundamente que la revolución de Mayo fue algo maravilloso, por todos los hombres que participaron y en sus resultados. Fue algo sumamente patriótico y hermoso, admirable. Pero como dije en el primer párrafo, fue solo un ladrón que pensó solo en el robo y no en el escape.
Al principio, toda la culpa, el “no pensar en el escape” fue del momento histórico. Ese “ahora o nunca”. Obviamente, históricamente, era el momento para la revolución. Pero la culpa del hombre, del argentino, llega cuando ya la historia la comenzamos a hacer nosotros mismos. Y ese momento, fue el escape.
Todo, después de 1810, fue, en general, muy justificado, en donde se supo ser Argentina: Un país independiente. Hasta ahí, “robamos el banco”. En consecuencia, dos comisarías nos comenzaron a perseguir. Una, España, que al poco tiempo reconoció nuestra independencia. También se debe destacar otro perseguidor, Inglaterra, que como bien decía Mariano Moreno: “Si cada hombre no reconoce lo que le se debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía.” Sin embargo, la otra comisaria, que no solo no nos la sacamos de encima en tan poco tiempo como la de España, sino que directamente no nos libramos de esa persecución, la cual nos impide aprovechar y disfrutar de este país hermoso y rico. Esa policía, somos nosotros mismos, nuestras diferencias, como que tardamos 37 años en crear algo tan fundamental para un país como lo es la constitución, por diferencias que perduran hoy, siempre, con la única diferencia que alternan los rivales, a pesar de que no es la misma forma de resolver los conflictos como antes que como se resuelven ahora, en democracia. Por eso, nuestro peor enemigo, somos nosotros.
Por Santiago Carlos Perramón
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