viernes, 23 de mayo de 2008

El Trabajo del Campesino y Otras Vivencias


Amanece un nuevo día en un ducado de Francia, Diego Buteri se levanta con la primera luz del día junto con su mujer; ella siempre le prepara el mismo desayuno: leche rancia de cabra con una rebanada de pan casero.
Diego se despide de su esposa y se dirige en carreta hacia el castillo del señor. Al llegar, un guardia le pregunta el motivo de su visita y éste responde:

-Necesito pedir una solicitud al duque, para utilizar la pradera, y también para pagar por la utilización del molino.

Se abren las puertas y sale el señor, éste tenía una cara demacrada, arruinada por la enfermedad y el cansancio. Sus vestiduras eran parecidas a la de los burgueses y caminaba con arrogancia. El duque lo autoriza a utilizar la pradera y recibe como renta para la utilización del molino, treinta monedas y tres gallinas.
Diego desciende de la colina en donde se hallaba el castillo del señor y se dirige nuevamente hacia su rancho. Deja a su burro viejito con la carreta y va en busca de su majada de ovejas.
En el corral, se encuentra con sus dos hijos, vestidos con la misma ropa de todos los días y con el pelo enmarañado de siempre.
Los saluda y les dice muy apurado de que se encarguen de la recolección de trigo. Se despide y se lleva consigo a la majada y un muslito seco envuelto en un trapo y una botella de jugo de calabaza para el almuerzo.
Llega caminando al gran prado del feudo y suelta a sus ovejas para que pasten. Se sienta en una gran piedra que siempre utiliza como asiento y se dispone a comer su almuerzo mientras observaba a sus ovejas que pastaban en el hermoso prado verde que sobresalía en el luminoso mediodía de primavera; donde las mariposas brotaban contentas del suelo y donde a lo lejos se podían observar las altas montañas y a las enormes aves que giraban majestuosas sobre el cielo azul.
Varias horas después, Diego decide retornar a la aldea angustiado por abandonar ese único momento del día en el que sólo disfrutaba de su vida y por el sólo hecho de pensar de que le quedaba toda una tarde de duro trabajo.
Al llegar, encontró que sus hijos habían recolectado cinco bolsas de trigo y que su esposa ya había juntado las verduras del huerto para la cena.
Sus hijos cargan las bolsas a la carreta y junto con su padre se dirigen hacia el molino. Muelen las cinco bolsas de trigo y obtienen como resultado una fina harina blanca; la embolsan y retornan de nuevo hacia su hogar.
Diego toma dos bolsas de lo producido, agradece a sus hijos por ayudarlo; y se dirige con su carreta hacia la ciudad cercana, para vender sus dos bolsas de harina. Obtiene veinte monedas por las dos bolsas, con las cuales, mañana debería pagar al señor para utilizar el horno y poder hacer el con el trigo obtenido en ese día.
Retorna a su aldea junto con la carreta tirada por su burrito, y con el triste sol del ocaso escondiéndose en el horizonte a sus espaldas.
Al llegar a su casa, encuentra a su familia esperándolo para cenar. Su mujer sirve la humeante sopa, hecha con las verduras que había recolectado. En la cena surge la conversación sobre el trabajo realizado en ese día:

-Agotador como siempre Marta. Dice Diego.
-Bueno, parece que a los chicos les fue bien.
-Cinco bolsas no está mal. Responde el menor de ellos.

Continúan cenando en silencio.

-Padre, quiero decirte que Juana y yo nos queremos casar, y quiero pedirte tu consentimiento.
-¡Norberto! Hijo mío. Diego y Marta se levantan de golpe y llorando abrazan fuertemente a su hijo.
-Norberto, que alegría. Dice Diego secándose las lágrimas con la sucia manga del camisón. Mañana mismo me dirijo hacia el castillo para pedir la autorización al duque.

Todos juntos se abrazan llorando aún más fuerte, demostrando que el esfuerzo de esta familia campesina no es en vano.
Aún con lágrimas en los ojos Diego y su esposa Marta se dirigen hacia el lecho de descanso, unas mantas gruesas extendidas sobre un amontonamiento de paja, y se disponen a dormir con el ambiente que se va enfriando a medida que las brasas que quedaron en el fogón se van apagando.

A pesar de la enorme felicidad que albergaba en la mente de cada integrante de la familia seguía existiendo en cada uno, el pensamiento de que mañana les esperaba otro denso, agotador y largo día de trabajo; que le tocaba vivir a cada familia campesina en la “Europa feudal”.

FIN
ANDERSON PEREA DA SILVA

3 comentarios:

Anónimo dijo...

esta muy buena... un exelente alumno y un exelente compañero... segui asi ander.

Anónimo dijo...

Muy bueno che… te felicito, triste, abrumador, pero real… ¿No será ahora medio igual? Nada más que en vez del señor feudal esta el señor Consumo….
Un abrazo y adelante
Gustavo García

Anónimo dijo...

muy bueno =) segui escribiendo asi, te felicito =)

Ernes.